jueves, 31 de diciembre de 2015
Hay personas que acarician el alma
¡Existen personas que acarician el alma!
Personas que como ángeles caídos del cielo, se encuentran a nuestra alrededor para ofrecernos siempre la cara amable, la bella sonrisa, lo bonito que hay en nuestra existencia, el recuerdo de lo más importante, de nuestra vida.
Existen personas que acarician el alma, que no pasan sin más en nuestra vida, que nos iluminan y siempre dejan huella, que nos recuerdan lo importante que es sentir, amar y vivir.
Estas personas utilizan la palabra como un bello don, sus palabras salen del corazón y llegan al corazón.
Son personas que siempre dicen lo que sienten, desde la empatía, desde la asertividad y la simpatía por los otros.
Decir lo que uno siente no siempre es sencillo, ya que nos hemos entrenado para ocultar nuestros verdaderos sentimientos, nos hemos vuelto prisioneros de ellos, los hemos visto como una muestra de debilidad y hemos luchado en contra de los mismos. El resultado siempre ha sido doloroso.
Hablar desde el corazón es difícil, decir las cosas sin ofender las demás o a uno mismo.
Somos seres de mil caras, actores, cómicos, dramaturgos, cada uno de nosotros adoptamos uno o varios de estos papeles y tratamos de enfrentarnos a la vida sin sentir, sin emocionar.
¡Pero qué es la vida sin emociones, sin sentimientos!
La vida no está hecha de sufrimientos, no hay que dejarla pasar, hay que sentirla, emocionarse, apasionarse y disfrutarla.
Estamos engañando a los demás y a nosotros mismos, nos hacemos un terrible daño al mostrar cómo creemos que nos deben ver los demás y no cómo somos realmente.
Estamos diseñados para sentir, no actuemos en contra de lo que sentimos, no le demos la espalda a las emociones, dejemos que fluyan, aprendamos a sentir y a expresar lo que sentimos.
Aprendamos a perdonar y a lo más difícil a perdonarnos por aquello que pensamos que hicimos, no tenemos por qué caminar hacia adelante mirando para el pasado, debemos tomar las riendas de nuestra vida y comenzar a escribir aquello que deseamos hacer, empezar a soñar todo lo que somos capaces de conseguir como seres humanos.
Debemos dejar huella en los otros, rozar el alma con los dedos.
No hay conflicto sin emociones, podemos dejarlas de lado, pero siempre volverán, necesitamos decir lo que sentimos, no ocultarlo, necesitamos expresar que necesitamos a los demás, desde la más absoluta convicción de que el principal amor que debemos recibir es el de nosotros mismos.
En mediación hay que acariciar el alma, sentir y hacer que los demás sientan!
Aprendamos a decir lo que sentimos!
viernes, 18 de diciembre de 2015
La Costurera de los Corazones Rotos
Dicen que en el libro de Oficios Imposibles escrito por María José Parra y con pinturas de Carlos Láinez te transporta más allá de la imaginación a un mundo de oficios imposibles, yo no he tenido la oportunidad de leerlo, pero acabo de incorporarlo a mi lista de los Reyes Magos.
Como siempre digo, las cosas no pasan por casualidad siempre ocurren por alguna razón y en esta ocasión ocurrió en Jerez.
Viajé con un problema en la voz, preocupada por no ser capaz de transmitir emociones en las personas que aquella tarde de viernes tenían la gentileza de estar escuchándonos.
Afortunadamente, las personas tenemos esa capacidad de sacar la fuerza cuando creemos que ya no vamos a ser capaces de luchar.
Y entonces rodeada de gente maravillosa, ¡surgen los oficios imposibles!
Me comentaron que les había recordado a la autora del libro, que incluso nos parecíamos, pero que yo era como la costurera de los corazones rotos.
Creo que fue entonces cuando surgió de nuevo mi voz, el pensar que alguien pensara en mí como realizadora de un oficio imposible, remendar corazones rotos.
Soy costurera porque siento lo que los demás sienten, porque me pongo en su sitio, porque pienso en las personas como grandes seres, capaces de hacer cosas extraordinarias, de introducir innovaciones, de cambiar el mundo, de hacer soñar y sentir a los demás.
Soy costurera porque vivo de las lágrimas de los otros, de su mirada esperanzada, de su carita triste y melancólica, de sus abrazos y besos o de sus palabras de agradecimiento.
Soy remendadora de corazones rotos, los cambio por escucha, por comprensión, por empatía, por abrazos o por sonrisas.
Mi oficio es imposible, porque entra dentro de lo inexplicable, de la magia de vivir y querer seguir viviendo, por comprender lo incomprensible, por aceptar lo inaceptable, por decidir seguir adelante a pesar de todas las dificultades, por tener un paraguas de arcoiris para los días grises, para sacar el sol o la luna siempre que sea necesario.
Costurera de corazones rotos al entrar y remendados al salir, a pesar de todas y cada una de las adversidades.
Sin duda esta reflexión cambió mi viaje, la forma de entender y apreciar mi trabajo, de emocionar y emocionarme.
¡Gracias Mar!
¡La mediación es un oficio imposible!
martes, 8 de diciembre de 2015
Mediación y empresa saludable
En los últimos años se está hablando mucho de empresa saludable, de felicidad y de bienestar laboral.
Pasamos entre 8 y 10 horas en nuestro puesto laboral, por tanto son muchas las horas de convivencia con nuestros compañeros, nuestros superiores, en muchas ocasiones somos como una gran familia, ya que poco a poco nos vamos conociendo a nivel profesional pero también personal.
Aunque el roce hace el cariño, no está exento de conflictos, la convivencia de ideas diferentes, de personas distintas es a veces muy complicada.
Somos seres sociables y necesitamos de los demás, por esta razón el hecho de sentirnos aislados en el trabajo, nos hace sentirnos muy solos, el trabajo también nos proporciona espacios para el diálogo, para compartir experiencias.
Pero también compartimos sentimientos y emociones, también compartimos presiones e insatisfacciones.
Las prisas, la falta de tiempo o de recursos nos conduce a situaciones tensas e ingratas y nuestro estado de ánimo y el de los demás se ve afectado, no es fácil hacer frente satisfactoriamente al día a día.
Buscamos reconocimiento profesional, económico, social o alguna clase de incentivos.
Por tanto, son muchas las fuentes de estrés que rodean nuestro trabajo y el trabajo de los demás.
Estamos tomando conciencia de la importancia de cuidar de nuestra salud, de prevenir el estrés y también nuestros conflictos.
No se trata sólo de cuidar nuestra salud a nivel individual, de reducir nuestros niveles de estrés, de mejorar nuestra satisfacción laboral y nuestro rendimiento, se trata también de aprender a gestionar nuestras emociones y las emociones de los demás.
La mediación favorece la buena comunicación, el entendimiento, la expresión y gestión emocional, favorece la visión positiva de los conflictos, reduce el conflicto y la ambigüedad de rol, disminuye el acoso laboral, reduce el estrés de los equipos de trabajo al permitir una visión más positiva de las organizaciones y de los compañeros de trabajo, así como de la forma de entender los problemas.
¡Hablar de salud laboral es hablar de mediación empresarial!
martes, 1 de diciembre de 2015
Cuento de Navidad
Hablando de emociones, recuerdo gratamente cuando llegaba la Navidad, cómo mis hermanas y yo adornábamos la casa, sin dejar ni un sólo rincón de la casa por decorar.
Recuerdo nuestras peleas y discusiones sobre cómo debíamos de decorar el árbol y qué personajes debían de estar presentes en el Belén.
Pasábamos horas colocando las luces, la paja, la nieve y el estanque para los patos, mientras escuchábamos los villancicos que como cada año mi padre ponía en su equipo de música.
Aquello era un soplo de aire fresco que entraba por la ventana, en Navidad el tiempo se detenía.
Vivíamos cada momento, como aquel día en el que decidimos participar en el concurso de Belenes y justo cuando entraba por la puerta el jurado, nos dimos cuenta que Mini, nuestra gata había destrozado por completo nuestra maravillosa obra de arte y mi madre tuvo que inventar una excusa para poder darnos tiempo a recolocar todas y cada una de las piezas.
Y esto no era más que el principio, primero llegaba Noche Buena y nosotras no queríamos salir de casa, el motivo teníamos que cocinar y preparar la mesa y la cena de Navidad, ver los payasos de la tele cantar aquello de que "reine la paz" y de nuevo escuchar los villancicos, era momento de reunirse en familia, de zambomba y pandereta, de cantar todos juntos, de comer polvorones y de llegar tarde a la Misa del Gallo, o de seguirla en la televisión junto con los abuelitos.
Y por la noche, tal vez pasara Papa Noel por casa, por si acaso hacíamos galletas o le poníamos leche y galletas, preguntándonos si la casa no tenía chimenea por dónde iba a entrar.
El día de Navidad comenzaban las carreras en dirección al árbol y allí estaba un regalo para todos, pero un regalo especial, un juego de mesa para que jugáramos todos juntos en familia.
Después vuelta a empezar, mesa arreglada, de nuevo en la cocina, más villancicos, turrones y polvorones y las ansiadas estrenas. Dinero que guardábamos como oro en paño, para ir al cine, al circo o a la feria.
Y por si no habíamos comido suficiente, celebrábamos el segundo día de Navidad, a veces solos y otras con los compañeros de trabajo de la empresa de mi padre.
Otro de los días señalados era el día 28 de Diciembre día de los Santos Inocentes, día en que mis hermanas y yo nos pasábamos el día intentando pegar a mis padres un muñeco en la espalda y decir aquello de "inocente inocente", o contando mentiras enormes y haciendo uso de insectos de goma, que parecían de verdad.
La noche del 31 reinaba en casa la alegría, mi padre tan serio y tímido pasaba a la transformación, lo veía disfrazarse, bailar la conga, reír y disfrutar de la noche e inicio del nuevo año y del cotillón.
El momento más divertido, cuando sonaban las campanadas, nos daba la risa, nos atragantábamos y ya no éramos capaces de seguir con las uvas.
Ahora bien, el día 1 era un día muy pero que muy doloroso, cansados de la noche anterior, hasta arriba de comida y con una televisión que de forma cansina repetía una y otra vez, los mismos programas que la madrugada anterior. Era duro porque teníamos cumpleaños y claro no estábamos para más fiesta y más comida.
Pero la magia surgía a partir de este día, la auténtica magia de la Navidad, la esperada noche de Reyes.
Este sin duda era el día más feliz de mi padre, se pasaba el día subiendo y bajando de casa, la razón: tenía el coche lleno de regalos.
Recuerdo la magia de esa noche, las tilas, los nervios y el "no puedo dormir", recuerdo el ruido de los papeles de envolver durante la noche y cuando una muñeca se puso a cantar sola en el silencio de la noche.
Recuerdo taparme hasta la cabeza por miedo a que pudiese ser descubierta despierta.
Al día siguiente, hacíamos cola delante de la puerta del comedor, por edades, a la espera de los regalos y cuando se abría la puerta allí estaban los regalos y los dulces en los zapatos, entonces esperabas parar el tiempo y que aquel día tan especial no pasase nunca.
¡Disfruta de la vida, todos los días son especiales!
Recuerdo nuestras peleas y discusiones sobre cómo debíamos de decorar el árbol y qué personajes debían de estar presentes en el Belén.
Pasábamos horas colocando las luces, la paja, la nieve y el estanque para los patos, mientras escuchábamos los villancicos que como cada año mi padre ponía en su equipo de música.
Aquello era un soplo de aire fresco que entraba por la ventana, en Navidad el tiempo se detenía.
Vivíamos cada momento, como aquel día en el que decidimos participar en el concurso de Belenes y justo cuando entraba por la puerta el jurado, nos dimos cuenta que Mini, nuestra gata había destrozado por completo nuestra maravillosa obra de arte y mi madre tuvo que inventar una excusa para poder darnos tiempo a recolocar todas y cada una de las piezas.
Y esto no era más que el principio, primero llegaba Noche Buena y nosotras no queríamos salir de casa, el motivo teníamos que cocinar y preparar la mesa y la cena de Navidad, ver los payasos de la tele cantar aquello de que "reine la paz" y de nuevo escuchar los villancicos, era momento de reunirse en familia, de zambomba y pandereta, de cantar todos juntos, de comer polvorones y de llegar tarde a la Misa del Gallo, o de seguirla en la televisión junto con los abuelitos.
Y por la noche, tal vez pasara Papa Noel por casa, por si acaso hacíamos galletas o le poníamos leche y galletas, preguntándonos si la casa no tenía chimenea por dónde iba a entrar.
El día de Navidad comenzaban las carreras en dirección al árbol y allí estaba un regalo para todos, pero un regalo especial, un juego de mesa para que jugáramos todos juntos en familia.
Después vuelta a empezar, mesa arreglada, de nuevo en la cocina, más villancicos, turrones y polvorones y las ansiadas estrenas. Dinero que guardábamos como oro en paño, para ir al cine, al circo o a la feria.
Y por si no habíamos comido suficiente, celebrábamos el segundo día de Navidad, a veces solos y otras con los compañeros de trabajo de la empresa de mi padre.
Otro de los días señalados era el día 28 de Diciembre día de los Santos Inocentes, día en que mis hermanas y yo nos pasábamos el día intentando pegar a mis padres un muñeco en la espalda y decir aquello de "inocente inocente", o contando mentiras enormes y haciendo uso de insectos de goma, que parecían de verdad.
La noche del 31 reinaba en casa la alegría, mi padre tan serio y tímido pasaba a la transformación, lo veía disfrazarse, bailar la conga, reír y disfrutar de la noche e inicio del nuevo año y del cotillón.
El momento más divertido, cuando sonaban las campanadas, nos daba la risa, nos atragantábamos y ya no éramos capaces de seguir con las uvas.
Ahora bien, el día 1 era un día muy pero que muy doloroso, cansados de la noche anterior, hasta arriba de comida y con una televisión que de forma cansina repetía una y otra vez, los mismos programas que la madrugada anterior. Era duro porque teníamos cumpleaños y claro no estábamos para más fiesta y más comida.
Pero la magia surgía a partir de este día, la auténtica magia de la Navidad, la esperada noche de Reyes.
Este sin duda era el día más feliz de mi padre, se pasaba el día subiendo y bajando de casa, la razón: tenía el coche lleno de regalos.
Recuerdo la magia de esa noche, las tilas, los nervios y el "no puedo dormir", recuerdo el ruido de los papeles de envolver durante la noche y cuando una muñeca se puso a cantar sola en el silencio de la noche.
Recuerdo taparme hasta la cabeza por miedo a que pudiese ser descubierta despierta.
Al día siguiente, hacíamos cola delante de la puerta del comedor, por edades, a la espera de los regalos y cuando se abría la puerta allí estaban los regalos y los dulces en los zapatos, entonces esperabas parar el tiempo y que aquel día tan especial no pasase nunca.
¡Disfruta de la vida, todos los días son especiales!
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