Han pasado ya 15 años desde que comencé mi andadura como mediadora familiar en el año 1998.
Por aquel
entonces el camino era difícil, únicamente podíamos acudir a algunos muy
interesantes artículos publicados en España, realizados por expertos como el
Profesor de la Universidad Complutense de Madrid Don Ignacio Bolaños.
Por tanto, mi
experiencia como mediadora comenzó al revés, tuve que auto formarme en esta
materia, para poder realizar de la mejor manera este trabajo. Mis libros de
cabecera por aquel entonces eran “Fundamentos de la mediación familiar” de
Haynes y “la promesa de la mediación” de Folger.
Y así comencé,
sin ningún tipo de supervisión, contando con la inestimable ayuda de mi
compañera, trabajadora social y co-mediadora.
Evidentemente
que para ella también lo de la mediación era un misterio, así nos pusimos al
volante del primer servicio público de mediación familiar de la provincia de
Valencia, en el municipio de Manises.
Manises es un
municipio de más de 30.000 habitantes, situado en el área metropolitana de
Valencia, a unos 20 kilómetros.
Es un municipio que durante muchos años ha vivido del trabajo de artesanía de
la cerámica, en la actualidad son pocas las fábricas que sobreviven esta
industria.
El servicio de
orientación y mediación familiar se ubicaba dentro de los Servicios Sociales
del municipio, formado por el tandem psicóloga-trabajadora social, cuyo
objetivo era dar respuesta a los múltiples problemas planteados en las familias
con serios problemas económicos, donde apenas se veían cumplidas sus
necesidades más básicas y que dependían pues de las ayudas de los mismos.
Desde el
principio se pensó trabajar no únicamente con familias multiproblemáticas si no
también con el resto de las familias que no eran usuarias de los Servicios
Sociales.
Nuestra primera
labor fue de difusión y divulgación del programa, para ello llevamos a cabo
charlas en los Colegios, con las Asociaciones de Padres y Madres de Alumnos,
Directores, tutores, profesores, psicólogos escolares; en el Centro de Salud,
el trabajo fue en coordinación con las Matronas y con la Trabajadora Social del
Centro de Salud.
Asociaciones de
vecinos, reuniones con los departamentos de Educación y Concejalía de la Mujer,
prensa y radio local.
Una vez puesto
este dispositivo en marcha empezamos a trabajar en las mediaciones propiamente
dichas, que no se hicieron esperar mucho.
Los primeros
casos que tratamos eran conflictos entre padres e hijos utilizando el modelo de
mediación transformativa.
Los primeros
problemas empezaron a comenzar, no sólo era difícil utilizar las herramientas
de la mediación, también la co-mediación, ya que en ocasiones el trabajo
realizado por una de nosotras era derribado por la otra.
Pero también tuvimos
nuestras alegrías cuando empezamos a obtener resultados positivos y comenzaron
a llegar los primeros acuerdos.
Fue un trabajo
intenso, únicamente el servicio estaba subvencionado con una duración de tres
meses, tres meses para programar, divulgar y trabajar la mediación familiar.
El resultado fue
que atendimos 10 casos de mediación familiar y 30 más de orientación familiar.
Al año siguiente
se reformuló el servicio y pasó a denominarse servicio de “Orientación,
Intervención y Mediación Familiar”, por lo que estimaron que el perfil de mi
compañera no era el idóneo para el puesto, y así fue como me quedé sola ante el
peligro.
Fueron tres años
intensos de trabajo con el equipo base, con el Gabinete Psicomunicipal, el
Departamento de Educación, la Concejalía de la mujer, el Gabinete Jurídico y la
Policía Local.
Se realizaron
varios protocolos de intervención en el caso de la mediación familiar.
El servicio
atendía a una media de 150 familias al año.
Fueron múltiples
las problemáticas planteadas y algunos casos fueron muy complicados.
Recuerdo con
especial cariño algunas de ellas:
Carlos era un
adolescente que fue derivado a Servicios Sociales pues en el Instituto mostraba
absentismo escolar y muchos problemas con los compañeros y el profesorado.
Cuando tuve la
oportunidad de hablar con él se mostraba desorientado, por un lado pretendía
dar la imagen de no importarle nada y por otro lado se mostraba como un niño
con buen corazón.
Su madre había
vuelto a su vida después de abandonarlo cuando tenía meses.
Ana, su madre,
toxicómana ante la imposibilidad de cuidar de su hijo y dotarle de las
necesidades básicas, lo dejó al cuidado de su padre, que vivía en Asturias.
El padre
falleció cuando Carlos era muy pequeño por lo que pasó al cuidado de los
abuelos paternos, con los que estuvo conviviendo hasta que la madre solicitó
volver con su hijo y hacerse cargo de él, coincidiendo con el fallecimiento de
los abuelos paternos.
Por tanto, el
niño vivía con su madre y abuela materna.
Tal y como
contempla el Derecho Español, existe el “favor minoris”, el derecho a saber por
parte del hijo adoptado respecto a su familia biológica.
La Ley 7/2001
contempla la mediación entre los hijos adoptados y la familia biológica, según
este principio del Derecho.
Así que en esto
consistía la mediación, era necesario que el hijo comprendiera las razones de
su “abandono” para poder iniciar una relación basada en el respeto.
Fueron increíbles
las cosas que surgieron por mediación del proceso de la mediación, pero sirvió
para que cada uno entendiese mejor las razones y las emociones que justificaban
sus comportamientos.
La mediación
creó las bases para seguir la relación.
Otro caso
realmente complicado surgió ante la creencia de que el padre de un menor podría
maltratarlo, al ser sólo sospechas, pensé que la mediación podría resultar de
utilidad.
Cite a los
padres y puse en sus manos la vía para que fueran comentando sus problemas y
sus soluciones.
Consiguieron
llegar a acuerdos que mejoraron la relación de pareja y sobre todo en relación
al niño.
Durante el tiempo que permanecí en el servicio
participé en una investigación para la Universidad de Santiago de Compostela,
que consistía en realizar una encuesta anónima para evaluar el grado de
satisfacción de las personas respecto al proceso de mediación y al mediador.
Fue muy
sorprendente ver que el 90 % de los encuestados (30 mediaciones) estaban muy
satisfechos con la mediación, aunque no hubiesen llegado a un acuerdo.
Cuando finalizó
mi etapa en el Ayuntamiento continué realizando mediaciones en el ámbito
privado, encontrándome también muchas dificultades y casos muy complicados.
Por ejemplo, una
mediación en la empresa familiar.
El padre y el
hijo habían permanecido mucho tiempo compartiendo las tareas de la empresa,
empresa que era del hijo, al comprar las acciones a su padre cuando tenía 18
años.
El conflicto
surge porque el padre quería que su hijo aceptase a su hermana como trabajadora
en un puesto intermedio, regalándole acciones de la empresa.
Su hermana había
trabajado anteriormente en la empresa, pero durante el tiempo que estuvo se extraviaron
facturas y se perdió dinero, por lo que se le invitó a marcharse.
Su hermano
desconfía de ella y se niega a que su hermana participe de las acciones de la
empresa y forme parte de su plantilla.
La mediación fue
tensa y difícil, en este caso no se llegó a un acuerdo, pues el padre escondía
mucha información a su hijo, ya que había utilizado a los clientes y
proveedores de su hijo para crear una nueva empresa, del mismo sector, para su
hija.
Poco importaron
los nietos que se quedaron sin tener relación con su abuelo.
Mediar no es
fácil y no siempre es el mejor recurso.
Como profesional
que desgraciadamente me veo formando parte como perito en los juzgados de
familia, observo la impotencia de las partes al no sentirse muchas veces
representadas de acuerdo con las sentencias obtenidas, al no ser escuchados.
Veo más aún para
mi pesar, cómo se dicen frases como “no vas a ver a los niños si no pagas…”,
sin tener en cuenta absolutamente para nada, que los niños no son ninguna
moneda de cambio, que son personas con derechos y que nadie les ha preguntado,
que es lo que en realidad necesitan para su bienestar psicológico.
Recibo continuas
demandas de personas que acusan a la otra parte de perjudicar al niño a través
del “Síndrome de Alienación Parental”, entrando en una dinámica continua de
denuncias falsas, mientras que los niños se pasean por los despachos de
abogados, psicólogos, médicos, entre otros, sin saber qué decir, o con
verdaderas lecciones aprendidas para poder subsistir.
Veo a niños que
temen que a su madre “le pueda pasar algo malo”, “que le peguen a mamá”, si
hablan más de la cuenta.
Veo a
padres/madres consumiendo drogas ilegales y al cuidado de los menores, con
innumerables negligencias y riesgo para los niños.
He visto miradas
de odio y silencio que se podían cortar con un cuchillo. He visto como las
personas persiguen hacer daño, vengar su dolor sin tener en cuenta los
intereses y los derechos de los niños.
He visto como a
pesar de exponer a los padres en qué grado se ven afectados los niños por estos
eternos procesos, perseveraban en su actitud de hacer daño al otro.
Por ejemplo, en
una ocasión se realizó una mediación referente a la custodia de los niños, los
padres reconocían la valía del otro y fueron capaces de ponerse de acuerdo en
todos los aspectos concernientes a sus hijos, en función de lo que ellos llamaban
“custodia compartida”, en todos excepto en el día 25 de Diciembre. Cuando se
llegó a este día una de las partes comentó que había cedido en todo y que ahora
a la otra parte le tocaba ceder, por lo que el mejor camino era el juicio.
Se pusieron en
la mesa los deseos de venganza, como castigo a las acciones del otro, pero
evidentemente no como resultado de ponerse en el lugar de las menores.
Veo todo esto,
pero sigo adelante, con la misma fuerza que empecé en Manises en el año 98.
Pensando y confiando en que al final detrás de toda esta locura, de los deseos
de venganza, de un sin fin de emociones incontroladas, necesitamos la
mediación, como herramienta de trabajo, como proceso y como cultura o filosofía
de vida.
Las familias
tienen los suficientes recursos para ser ellas mismas las que resuelvan los
problemas.
Creo que hay que
mediar con las emociones, no podemos dejarlas de lado, forman parte del
proceso, de la narrativa como dice Marinés, o del reconocimiento del otro.
Recuerdo un caso
en el que la pareja que solicitó la mediación eran de nacionalidad francesa,
aún era más difícil por el idioma.
Los dos fueron
correctos y educados, se hablaron con respeto y llegaron a acuerdos sobre su
separación.
Al cabo de unos
meses recibí un mensaje de ella en el que decía que era muy feliz.
Este es el cartel de mi primera Jornada.
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