lunes, 3 de marzo de 2014

Mi primera experiencia



Han pasado ya 15 años desde que comencé mi andadura como mediadora familiar en el año 1998.

Por aquel entonces el camino era difícil, únicamente podíamos acudir a algunos muy interesantes artículos publicados en España, realizados por expertos como el Profesor de la Universidad Complutense de Madrid Don Ignacio Bolaños.

Por tanto, mi experiencia como mediadora comenzó al revés, tuve que auto formarme en esta materia, para poder realizar de la mejor manera este trabajo. Mis libros de cabecera por aquel entonces eran “Fundamentos de la mediación familiar” de Haynes y “la promesa de la mediación” de Folger.

Y así comencé, sin ningún tipo de supervisión, contando con la inestimable ayuda de mi compañera, trabajadora social y co-mediadora.

Evidentemente que para ella también lo de la mediación era un misterio, así nos pusimos al volante del primer servicio público de mediación familiar de la provincia de Valencia, en el municipio de Manises.

Manises es un municipio de más de 30.000 habitantes, situado en el área metropolitana de Valencia, a unos 20 kilómetros. Es un municipio que durante muchos años ha vivido del trabajo de artesanía de la cerámica, en la actualidad son pocas las fábricas que sobreviven esta industria.

El servicio de orientación y mediación familiar se ubicaba dentro de los Servicios Sociales del municipio, formado por el tandem psicóloga-trabajadora social, cuyo objetivo era dar respuesta a los múltiples problemas planteados en las familias con serios problemas económicos, donde apenas se veían cumplidas sus necesidades más básicas y que dependían pues de las ayudas de los mismos.

Desde el principio se pensó trabajar no únicamente con familias multiproblemáticas si no también con el resto de las familias que no eran usuarias de los Servicios Sociales.

Nuestra primera labor fue de difusión y divulgación del programa, para ello llevamos a cabo charlas en los Colegios, con las Asociaciones de Padres y Madres de Alumnos, Directores, tutores, profesores, psicólogos escolares; en el Centro de Salud, el trabajo fue en coordinación con las Matronas y con la Trabajadora Social del Centro de Salud.

Asociaciones de vecinos, reuniones con los departamentos de Educación y Concejalía de la Mujer, prensa y radio local.

Una vez puesto este dispositivo en marcha empezamos a trabajar en las mediaciones propiamente dichas, que no se hicieron esperar mucho.

Los primeros casos que tratamos eran conflictos entre padres e hijos utilizando el modelo de mediación transformativa.

Los primeros problemas empezaron a comenzar, no sólo era difícil utilizar las herramientas de la mediación, también la co-mediación, ya que en ocasiones el trabajo realizado por una de nosotras era derribado por la otra.

Pero también tuvimos nuestras alegrías cuando empezamos a obtener resultados positivos y comenzaron a llegar los primeros acuerdos.

Fue un trabajo intenso, únicamente el servicio estaba subvencionado con una duración de tres meses, tres meses para programar, divulgar y trabajar la mediación familiar.

El resultado fue que atendimos 10 casos de mediación familiar y 30 más de orientación familiar.

Al año siguiente se reformuló el servicio y pasó a denominarse servicio de “Orientación, Intervención y Mediación Familiar”, por lo que estimaron que el perfil de mi compañera no era el idóneo para el puesto, y así fue como me quedé sola ante el peligro.

Fueron tres años intensos de trabajo con el equipo base, con el Gabinete Psicomunicipal, el Departamento de Educación, la Concejalía de la mujer, el Gabinete Jurídico y la Policía Local.

Se realizaron varios protocolos de intervención en el caso de la mediación familiar.
El servicio atendía a una media de 150 familias al año.

Fueron múltiples las problemáticas planteadas y algunos casos fueron muy complicados.

Recuerdo con especial cariño algunas de ellas:

Carlos era un adolescente que fue derivado a Servicios Sociales pues en el Instituto mostraba absentismo escolar y muchos problemas con los compañeros y el profesorado.
Cuando tuve la oportunidad de hablar con él se mostraba desorientado, por un lado pretendía dar la imagen de no importarle nada y por otro lado se mostraba como un niño con buen corazón.

Su madre había vuelto a su vida después de abandonarlo cuando tenía meses.

Ana, su madre, toxicómana ante la imposibilidad de cuidar de su hijo y dotarle de las necesidades básicas, lo dejó al cuidado de su padre, que vivía en Asturias.
El padre falleció cuando Carlos era muy pequeño por lo que pasó al cuidado de los abuelos paternos, con los que estuvo conviviendo hasta que la madre solicitó volver con su hijo y hacerse cargo de él, coincidiendo con el fallecimiento de los abuelos paternos.

Por tanto, el niño vivía con su madre y abuela materna.

Tal y como contempla el Derecho Español, existe el “favor minoris”, el derecho a saber por parte del hijo adoptado respecto a su familia biológica.

La Ley 7/2001 contempla la mediación entre los hijos adoptados y la familia biológica, según este principio del Derecho.

Así que en esto consistía la mediación, era necesario que el hijo comprendiera las razones de su “abandono” para poder iniciar una relación basada en el respeto.

Fueron increíbles las cosas que surgieron por mediación del proceso de la mediación, pero sirvió para que cada uno entendiese mejor las razones y las emociones que justificaban sus comportamientos.

La mediación creó las bases para seguir la relación.

Otro caso realmente complicado surgió ante la creencia de que el padre de un menor podría maltratarlo, al ser sólo sospechas, pensé que la mediación podría resultar de utilidad.

Cite a los padres y puse en sus manos la vía para que fueran comentando sus problemas y sus soluciones.

Consiguieron llegar a acuerdos que mejoraron la relación de pareja y sobre todo en relación al niño.

Durante  el tiempo que permanecí en el servicio participé en una investigación para la Universidad de Santiago de Compostela, que consistía en realizar una encuesta anónima para evaluar el grado de satisfacción de las personas respecto al proceso de mediación y al mediador.

Fue muy sorprendente ver que el 90 % de los encuestados (30 mediaciones) estaban muy satisfechos con la mediación, aunque no hubiesen llegado a un acuerdo.

Cuando finalizó mi etapa en el Ayuntamiento continué realizando mediaciones en el ámbito privado, encontrándome también muchas dificultades y casos muy complicados.

Por ejemplo, una mediación en la empresa familiar.

El padre y el hijo habían permanecido mucho tiempo compartiendo las tareas de la empresa, empresa que era del hijo, al comprar las acciones a su padre cuando tenía 18 años.

El conflicto surge porque el padre quería que su hijo aceptase a su hermana como trabajadora en un puesto intermedio, regalándole acciones de la empresa.

Su hermana había trabajado anteriormente en la empresa, pero durante el tiempo que estuvo se extraviaron facturas y se perdió dinero, por lo que se le invitó a marcharse.
Su hermano desconfía de ella y se niega a que su hermana participe de las acciones de la empresa y forme parte de su plantilla.

La mediación fue tensa y difícil, en este caso no se llegó a un acuerdo, pues el padre escondía mucha información a su hijo, ya que había utilizado a los clientes y proveedores de su hijo para crear una nueva empresa, del mismo sector, para su hija.

Poco importaron los nietos que se quedaron sin tener relación con su abuelo.

Mediar no es fácil y no siempre es el mejor recurso.

Como profesional que desgraciadamente me veo formando parte como perito en los juzgados de familia, observo la impotencia de las partes al no sentirse muchas veces representadas de acuerdo con las sentencias obtenidas, al no ser escuchados.

Veo más aún para mi pesar, cómo se dicen frases como “no vas a ver a los niños si no pagas…”, sin tener en cuenta absolutamente para nada, que los niños no son ninguna moneda de cambio, que son personas con derechos y que nadie les ha preguntado, que es lo que en realidad necesitan para su bienestar psicológico.

Recibo continuas demandas de personas que acusan a la otra parte de perjudicar al niño a través del “Síndrome de Alienación Parental”, entrando en una dinámica continua de denuncias falsas, mientras que los niños se pasean por los despachos de abogados, psicólogos, médicos, entre otros, sin saber qué decir, o con verdaderas lecciones aprendidas para poder subsistir.

Veo a niños que temen que a su madre “le pueda pasar algo malo”, “que le peguen a mamá”, si hablan más de la cuenta.

Veo a padres/madres consumiendo drogas ilegales y al cuidado de los menores, con innumerables negligencias y riesgo para los niños.

He visto miradas de odio y silencio que se podían cortar con un cuchillo. He visto como las personas persiguen hacer daño, vengar su dolor sin tener en cuenta los intereses y los derechos de los niños.

He visto como a pesar de exponer a los padres en qué grado se ven afectados los niños por estos eternos procesos, perseveraban en su actitud de hacer daño al otro.

Por ejemplo, en una ocasión se realizó una mediación referente a la custodia de los niños, los padres reconocían la valía del otro y fueron capaces de ponerse de acuerdo en todos los aspectos concernientes a sus hijos, en función de lo que ellos llamaban “custodia compartida”, en todos excepto en el día 25 de Diciembre. Cuando se llegó a este día una de las partes comentó que había cedido en todo y que ahora a la otra parte le tocaba ceder, por lo que el mejor camino era el juicio.

Se pusieron en la mesa los deseos de venganza, como castigo a las acciones del otro, pero evidentemente no como resultado de ponerse en el lugar de las menores.

Veo todo esto, pero sigo adelante, con la misma fuerza que empecé en Manises en el año 98. Pensando y confiando en que al final detrás de toda esta locura, de los deseos de venganza, de un sin fin de emociones incontroladas, necesitamos la mediación, como herramienta de trabajo, como proceso y como cultura o filosofía de vida.

Las familias tienen los suficientes recursos para ser ellas mismas las que resuelvan los problemas.

Creo que hay que mediar con las emociones, no podemos dejarlas de lado, forman parte del proceso, de la narrativa como dice Marinés, o del reconocimiento del otro.

Recuerdo un caso en el que la pareja que solicitó la mediación eran de nacionalidad francesa, aún era más difícil por el idioma.

Los dos fueron correctos y educados, se hablaron con respeto y llegaron a acuerdos sobre su separación.

Al cabo de unos meses recibí un mensaje de ella en el que decía que era muy feliz.

Pero no siempre es fácil, a veces nos resulta difícil escuchar y ponernos en el lugar del otro.

Este es el cartel de mi primera Jornada.

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